En tiempos de tormenta, cuando todo parece desmoronarse y la vida nos arrastra hacia la incertidumbre, hay dos fuerzas invisibles que pueden sostenernos con una suavidad poderosa: la fe y la esperanza. No se tocan, no se ven, no se compran, pero tienen la capacidad de reconstruir un corazón roto y guiar a una mente perdida hacia nuevos horizontes. La fe no es sólo un concepto religioso, es un compromiso emocional profundo con la vida, con el amor, con el futuro. Es creer cuando no hay razones, confiar cuando todo se ha derrumbado y caminar cuando no se ve el camino. La esperanza, por su parte, es ese susurro interior que nos dice que todo puede mejorar, que mañana será diferente, que aún queda algo bueno por vivir. Fe: el motor que no se detiene La fe no elimina los problemas, pero nos da fuerza para enfrentarlos. No borra el dolor, pero nos brinda sentido. Es como una lámpara encendida en la noche más oscura: no transforma la oscuridad en día, pero sí nos permite avanzar sin trope...
Comentarios
Publicar un comentario